26 de marzo de 2012

Mujeres



Cuando una mujer acierta, lo hace de pleno. Tú vas con una idea fija, a piñón, pensando, la voy a desmangar con cuatro frases curiosas y una sonrisa ladeada. Y te pone unos argumentos y un sentido común que te tienes que agarrar a la silla, cavilando que no contabas con eso. Y uno se queda así, descompuesto y en jaque, tragando palabras e ideas, entre la admiración y la perplejidad. De dónde sacan a veces esa lucidez, no lo sé.
Al hilo de la última entrada de este desolado blog, hubo quién me comentó que no era justo metiendo a todos los profesores en el mismo saco, y que también los había decentes que trasmitían unos valores y un poder educativo de calidad. Y es cierto, existen esos profesores que aún recuerdas y que si te los encuentras por la calle saludas con un cariño efusivo, y ellos te reconocen y te dicen eso de que aunque eras un cabrón incontrolable, eras buen chaval y te apreciaban.
Pero hablo de la generalidad, y tengo que resaltar que todo lo que aprendí, lo poco o mucho que sé, no me llegó del colegio sino de fuera. De libros, de viajes, de películas, de darse una vuelta por la vida.
Queramos o no, más allá de las ecuaciones o de las capitales de Europa, la cultura se la ha de buscar uno mismo. Y tener curiosidad, inquietudes, estar espabilado, atreverse a pensar auque ello conlleve entrar en confrontacción con lo que te enseñaron desde pequeño. El buen sabor de boca de mantenerse al margen de siglas políticas o religiones.

Con las mujeres creo que pasa lo mismo. Viven rodeadas por el pringe de una sociedad que aún las educa con unos valores anacrónicos, ese deje de sumisión resignada, y cuando pones la tele lo que triufan son las series, americanas de postín o zafiedad patria, donde se vende hasta la fatiga el estereotipo de mujer liberada igual a consumista y superficial, con el intelecto básico para saber diferenciar entre dos distintos pares de zapatos y poder describir a sus amigas el último chulazo al que se tiró.
Eso cuando no vienen con los coletazos de esa España profunda, mezquina, santera, machista, chismosa, supersticiosa e hipócrita que nos han dejado siglos de sucio legado. Y les han dicho que su misión en la vida es casarse por la Iglesia con un hombre de partido (aquí el amor verdadero es un chiste) y tener muchos hijos mientras cuidan de la casa. Esa genética de lucha y derrota, de imponer su identidad para no ser vistas únicamente como un objeto de deseo de hombres que buscan utilizarlas. Todo mezclado con un nuevo delirio ultrafeminista que convierte causas justas en un circo verbenero sin pies ni cabeza, y tanto daño hacen a la auténtica lucha por los derechos de las mujeres.
Por eso aprecio tanto la independencia de una mujer valiente y lúcida, su coraje, su sentido del humor. De esas hembras de corta y rasga que ningún macho alfa les dice una grosería por la calle ni alude a su sexualidad porque los pueden helar con la mirada. Pero también pueden hacerte tocar el cielo con una sonrisa; con un susurro de su voz y la luz de sus ojos a media luz. Que pueden ser una madre o una compañera, intercambiando opiniones, proyectos e ilusiones.
De ésas que uno se maldice hacerles daño, defraudarlas, y nunca olvidas su mirada atravesándote mientras en ella puedes leer que las has decepcionado; o tú tratando de dar las gracias a quien nunca las pidió, por esa marcha más, ese no sé qué que está por encima incluso de la ternura, del sexo y del amor.

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