5 de agosto de 2012

Las claves de una leyenda




Al menos Judas no se acogió a un programa de protección de apóstoles.
Rosalie Aprile

Después de ver (disfrutar) por segunda vez en mi vida Los Soprano (esta vez nada de descargas en el ordenador y con el siempre despreciable doblaje, si no en su dvd, en la tele, en versión original y administrándome los capítulos como me sale de la bisectriz) no puedo dejar de destacar algunos aspectos que la hacen una serie única , más allá del elogio y por encima del bien y del mal.
Aparte de ser una serie de culto (antes de ellos no había nada), su ya mítica entradilla parodiada en Los Simpsons, los lugares donde se reunen los protagonistas: el Bada Bing, el mantel a cuadros en el exterior del Satriale’s; los chándals horteras que se ponen encima de camisetas de tirantes, la panza de muchos de sus participantes, la peluca y los gestos de Silvio Dante (Steve Van Zandt), las sienes plateadas de Paulie Gualtieri; la comida, que tiene un papel fundamental en la serie, como un personaje más; y su comentadísimo y polémico final forman parte de las imágenes recurrentes de nuestra época, de la cultura popular y del  subconsciente general.

Carmela, la matriarca, es acomodada e hipócrita. Vive su vida como católica practicante como si no supiera lo que pasa en su casa y a lo que se dedica su marido. Además, su relación con sus hijos, la contrapartida como niveladora de Tony y su doble moral o remordimientos cuando peca en algún sacramento la convierten en un eje principal de la serie.
En Los Soprano, las mujeres, en el momento en que pasan por el altar, se convierten en máquinas de parir y criar hijos, soportar infidelidades y mirar para otro lado. Y sus amantes no son consideradas mucho más allá que meros objetos de placer. Sin embargo, la vida de los mafiosos, del macho alfa, no se entendería sin ellas. Sin su mujer, sin su hermana y sin su psicóloga, tanto la figura de Tony como la serie estarían cojas.
Tony es un gordo corrupto, holgazán, putero, cínico y bebedor. Y además, asesino. Pero siempre tiene la certeza de actuar bajo unos preceptos, soldados que matan a otros soldados en una guerra. Movido por sus propias normas, Los Soprano atraen por su fidelidad a unos principios, unos códigos de honor, de lealtad, de silencio y de amistad donde no caben traiciones. Y el carisma del Jefe de la familia inunda la pantalla, haciéndose un personaje entrañable e inovidable, hasta que los guionistas hacen que se revele de verdad quién es, de lo que es capaz de hacer, y lo vuelve a convertir, aunque sea brevemente, en un ser despreciable. Un personaje por el que adquieres cierta simpatía pero capaz de dar luz verde al asesinato del hijo de su mejor amigo, de 22 años.
Sin embargo el personaje de James Gandolfini es una persona que nos parece cercanamente humana por sus dudas, sus problemas psicológicos y los análisis que hace de la vida, normalmente sentado en la consulta de la Doctora Melfin. Así, Los Soprano son una clase rápida de psicología, de enseñanzas de la vida, con sus cotidianas disputas familiares y laborales que nos suenan tanto, aunque su trabajo no sea para nada corriente.

Además de lo interesante de las tramas criminales y la excelencia de sus guiones, otras de las claves que hacen de ella una serie especial es su estupenda banda sonora ( http://www.youtube.com/watch?v=JDEvAt0izFE ), apoyada principalmente en Van Morrison y Bob Dlyan, la participación como primo de Tony de Steve Buscemi (que dirigió algunos capítulos) o Peter Bodganovich como secundario, productor y también director de episodios sueltos, la fijación de Tony con Gary Cooper, los golpes de humor en ocasiones bizarro, o las deliciosas y constantes referencias cinéfilas que pueblan la serie, cuando Silvio imita al Michael Corelone de El Padrino III o en las películas que ven los personajes en sus teles.
Durante las 6 temporadas y media de la serie (la final se divide en dos, igual que va a ocurrir en esta quinta y última de Breakinag Bad) se puede ver crecer a los niños del matrimonio, pasar de colegiales a jóvenes universitarios, adelgazar, madurar o dejarse perilla.
Y en el epílogo, cuando están sentados a la mesa del restaurante, suena Don't Stop Believing y se acerca el final, sientes una pena dentro de ti, algo de la nostalgia de la pérdida, como si se alejaran miembros de tu propia familia.

1 comentario:

  1. Gracias Roberto por tu información y análisis de la serie.
    Simplemente me has convencido para que empiece a ver la serie. Seguro que con la pasión que la has descrito, me encantara

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