28 de octubre de 2013

Perversiones del lenguaje



Las cosas no son nombradas al azar. El idioma castellano, o español, en sus múltiples variantes y riquezas, tiene expresiones para definir certeramente casi cada aspecto de las circunstancias. Los que a diario nos manejamos en esta lengua, y disfrutamos leyendo y escribiendo en ella, sabemos de las posibilidades de la misma, y también de su fácil perversión.
Por ir sobre un tema muy nuestro:  la palabra "tonto" en concepto de acepciones y sinónimos, es también sustituible por imbécil, bobo, estúpido, idiota, majadero, memo, mentecato, necio, corto, tardo, torpe, retrasado, tarado, subnormal, demente o desequilibrado.
Es decir, cuando nos referimos a un hijo de puta, no queremos soler decir un idiota, por ejemplo. Un idiota lo es en toda su grandilocuencia, no se esconde, y pregona su idiotez a los cuatro vientos, en redes sociales o en público si es necesario. Sus opiniones son propias de un idiota, de la falta de cultura y de preparación, de ausencia de lucidez. Probablemente sus padres hayan sido también unos idiotas, y lo llevan en la estirpe familiar con orgullo y sin prejuicio. Pero el hijo de puta suele ser mala hierba, alguien que actúa a sabiendas, que busca su propio beneficio normalmente en la ruina de los demás, o a costa de ella.

Para que lo vean más claro. Cuando Jose María Aznar gobernaba, subidos todos, entusiastas y álgidos, al pelotazo del ladrillo y al eufórico eslogan de 'España va bien', aprovechó para privatizar Endesa, empresa que a su vez le devolvería favor en un puesto simbólico con un sueldo de 200.00 euros. Desde entonces, el recibo de la luz ha subido un 80%, coincidiendo con la entrada de Aznar en la lista del New York Times como uno de los mayores evasores de impuestos.
Es decir, el dinero que un gran número de españoles apoquinan para pagar la luz va destinado al sueldo de Aznar, cuyas riquezas salen directamente a Suiza. Dicho de otro modo, un robo muy refinado que hace que un reguero de dinero abandone constantemente el país en dirección al paraíso alpino. A pesar de que no destaca por su brillantez intelectual, nos encontramos ante un claro caso de un hijo puta de libro. Entonces, ¿por qué lo llaman crisis?
Zapatero hizo lo imposible por no nombrarla, hablando de "desaceleración económica" pero ahora su uso está felizmente implantado, e interesa que siga así.
La palabra crisis nos evoca a algo de lo que todos formamos parte pero que se escapa también a nuestro control. Uno se imagina un Titanic chocando contra un iceberg, y desatándose una situación de crisis a bordo. Por lo tanto, elementos naturales que no controlamos, unidos a un pequeño factor humano. Una crisis cardiaca, por ejemplo. Algo que viene, no se sabe de dónde, y nos golpea de forma sorpresiva. De esa manera, parece que no hay responsabilidades, que nadie ha intercedido directamente para que eso ocurra y que las consecuencias las asumimos todos a partes iguales.
Pero en el año 2012, con el país inmerso en un desmantelamiento del estado de bienestar, el PP, que gobierna España para desgracia de sus ciudadanos, dedicado a cargarse la Sanidad para repartirla entre los amiguetes, multiplicó por cuatro sus beneficios con respecto al año anterior. A su vez, el Banco Santander tiene un 29% más de beneficios. Mientras, diversas ONGs alertan de que hay un 25% de niños que sufren malnutrición en España. ¿Por qué lo siguen llamando crisis?
La barrera entre los ricos y los pobres es cada vez mayor. Es decir, el viejo dicho de los pobres son más pobres y los ricos más ricos, lejos de ser un cliché, en España es rigurosa y trágicamente cierto, hasta el punto de que los millonarios han crecido un 13%, mientras millones de familias viven con lo básico. Las grandes empresas despuntan en beneficios y se multiplica el número de deshaucios. ¿Por qué se empeñan en seguir llamándolo crisis?
Los curas siguen viviendo como tales y en TVE ya se puede disfrutar de corridas de toros, mientras en la Comunidad de Madrid las mamografías preventivas pasan a ser de pago y en todo el territorio los dependientes se quedan sin ayudas para subsistir con dignidad. ¿Por qué cojones entonces promulgan en llamarlo crisis? Cuando se trata de una tomadura de pelo a las bravas, la imposición de un modelo social e ideológico.

Cuando a la emigración de jóvenes y no tan jóvenes al extranjero para buscarse la vida y huir de la misera la ministra, en una formidable pirueta semántica, lo llama "movilidad exterior", lo hace precisamente por esa facilidad de pervertir el lenguaje. Emigrar suena muy feo, nos recuerda a las imágenes de nuestros abuelos con un atillo y sucias ropas atravesando los pirineos o poniendo rumbo a América. Por eso es mejor llamarlo movilidad exterior. Por eso no quieren decir desvergüenza, estafa, robo. Prefieren llamarlo crisis.
Pero, detrás de todo eso, hay una realidad terrible. Se trata de un robo lento pero descarado, dirigido a que una pequeña parte de élites económicas se lo lleven crudo. El que mejor lo definió fue Warren Buffet, uno de los mayores inversionistas en el mundo y un villano honesto: "Claro que existe la lucha de clases. Y la estamos ganando".

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