10 de noviembre de 2013

La sonrisa de los asesinos



La imagen de la salida de la cárcel de la sanguinaria terrorista Inés del Río sonriente y feliz ha supuesto un mazazo para la integridad y la moral de muchas personas, y la sensación de impotencia y rabia era latente.
Después vendría la excarcelación de Domingo Troitiño y otros etarras más.
Lo que algunos espíritus piadosos defienden es que ellos, al igual que el resto de asesinos múltiples y violadores beneficiados, fueron juzgados en su momento por el sistema penal vigente. Entonces, y con la ley en la mano, aunque sea doloroso, sus penas ya están cumplidas.
Lo que no deja de ser chistoso ya que de sobra es sabido que las leyes pueden ser modificables, al igual que se hizo con la Constitución cuando al PPSOE le convino, y que existen también en muchos países penas específicas para delitos de terrorismo. Pero, sobre todo, que en Estrasburgo no tienen ni puta idea de cuál es realmente la situación española, y que votaron a instancias de López Guerra, que fue enviado por Zapatero.
Un mero apaño. El fallo en contra no era el único posible. Y, por supuesto, nadie piensa que en otros países europeos un criminal con decenas de asesinatos a sus espaldas fuera a dejar la prisión tras cumplir 20 años.
No estamos tratando sobre casualidades. En las distintas negociaciones siempre estuvo sobre la mesa una serie de concesiones a cambio de dejar de matar. Entre ellas, la derogación de la Parot. Y con sus brazos políticos dominando los ayuntamientos, gran parte de los objetivos políticos de ETA ya están cumplidos. ¿Y a qué precio? Con el dolor de las víctimas, con las lágrimas de los familiares, con la claudicación de todo un país ante un entorno que ni se arrepiente (primer paso para la tan cacareada rehabilitación), ni ha pedido perdón ni ha entregado las armas.
En una situación así, sólo hay que fijarse en a quién se hace feliz. Quiénes son los que celebran, y quiénes los que se lamentan.

Pero echarle toda la culpa a la gestión de Zapatero sería muy simple e inexacto. Nada podría haber funcionado sin la pasividad cómplice y cobarde de Rajoy, esos populares tan duros y mezquinos en materia de terrorismo cuando estaban en la oposición y tan callados y blandos en el Gobierno. Sin olvidar que ya antes, con los gobiernos de Aznar, hubo negociaciones y acercamientos de presos en las distintas treguas. Parece que algunos han olvidado el encuentro que tuvo lugar en Zurich en el 99, propiciado por el obispo Uriarte (la Iglesia vasca ha mantenido siempre un tétrico papel, tan complaciente con ETA) en la época en que para Aznar eran un Frente Vasco de Liberación Nacional.
La realidad es que todos los presidentes se han querido apuntar el tanto del fin de ETA (¿visión de Estado o ambición política?), y no han tenido reparos en sentarse a negociar, lo que es realmente vergonzoso.
Al terrorismo se le vence, no se le convence. No hay programas de buenas maneras ni manga ancha para ellos. Sólo actividad policial y legal, la persecución de sus miembros y el enaltecimiento del terrorismo. Y una vez vencido, es cuando se convence, con política y educación, a la sociedad vasca de apartarse de la senda del nacionalismo, de la mordaza matonista de la violencia racista y analfabeta (no hay más que mirar las fotos de los miembros de Segi, para darse cuenta que no son precisamente unos lumbrera) que cuenta con la complicidad de demasiados sectores.

Lamentablemente los últimos acontecimientos sólo han dejado en evidencia la debilidad de nuestro Estado de Derecho. No se le puede dar la espalda a la realidad de que, si bien en el Pais Vasco ETA tiene un gran apoyo social, hay una parte de la sociedad española que ve con simpatía las reinvindicaciones de la izquierda abertzale, y hablan de forma ambigua sobre el fin de la violencia, los supuestos presos políticos o aplauden que se desestime la doctrina Parot.
Y es bien triste que se asocie al nacionalismo con la izquierda, cuando jamás han existido tal cosa en la historia. Todos sus rasgos: el fundamentalismo totalitario, el fuerte sentimiento nacional, la exhibición de símbolos, la violencia contra el discrepante, la sociedad cerrada y el pensamiento retrógrado han sido patrimonio del fascismo. Ya sea de la mano de un gudari vasco o un falangista español.
Un poco complicado de entender para los tontos de ese buenismo que no consiste en hacer el bien sino en quedar bien.

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