22 de octubre de 2015

Personajes que se quedan





Existen series o películas tan relevantes dentro del contexto de una sociedad que se vuelven de manera casi instantánea en un icono, un referente cultural, un símbolo reconocible que marca toda una generación y señala el paso para que las descubran las siguientes. A veces la influencia es tan fuerte que los actores principales que dieron vida a los protagonistas se solapan con el personaje y ya serán siempre identificables en ese rol.
Pasó con James Gandolfini, que aunque se le veía bastante en el cine y en papeles secundarios, era imposible no pensar en él como Tony Soprano, el capo de la legendaria serie, y que la prematura muerte de Gandolfini sólo hizo agrandar su mito, ahora que Tony ha fundido para siempre a negro.
Tampoco será fácil ver a Bryan Crantson en nuevas producciones y separarle del papel de Walter White (ya nadie lo llama 'el padre de Malcolm'), ese profesor de instituto enfermo de cáncer que se inicia en la venta de droga para asegurar el sustento de su familia y va derivando en un ser peligrosos y sin escrúpulos en su conversión al lado oscuro.
John Hamm admitió que su personaje de Don Draper en esa obra maestra de la narrativa televisiva que es Mad Men constituía un auténtico regalo. Habrá que ver por dónde respirará su carrera alejado del espíritu del publicista conquistador y atormentado.
Hay secundarios que alternan de una a otra serie sin problemas, o que su aparición en grandes hitos de la pequeña pantalla les sirvió como trampolín para dar el salto al cine, incluso realizadores que hacen el camino contrario: ahora es habitual que un piloto esté dirigido por David Fincher, Martin Scorsese o Steven Soderbergh; pero el personaje icónico de series de tal envergadura suelen quedar a su vez atrapados por el papel que les dio la fama. Esa ambigüedad de la trampa del éxito.

Al tratarse The Wire de una serie coral, con multitud de personajes y sin un protagonista claro, era más difícil resaltar sólo a uno por encima del resto, y por eso la fuerza de sus principales se diluía en una compleja trama que analizaba de arriba abajo la sociedad capitalista contemporánea a través de una ciudad, en la que muchos consideran (y me incluyo) la mejor serie de la historia.
Pero si había un hombre tal vez representativo, por lo que significaba de personaje enfrentado a sus superiores, tenaz, complejo, con problemas con las mujeres y con la bebida pero de carisma entrañable, ése era Jimmy McNulty.
Y aunque se pudiera pensar que Dominic West iba a quedar influenciado muy a su pesar por su papel en la serie de David Simon, sus siguientes trabajos demostraron lo contrario. Lo hizo en una miniserie de la BBC que pasó desapercibida pese a su notable calidad, The Hour, y sobre todo lo está haciendo en la magnífica The Affair. Una serie de guión trabajado, compleja, analítica de personajes y situaciones sociales, que apela a emociones conocidas, turbadora, insólita en su tratamiento y cuya interpretación de West hace que nos olvidemos por completo de McNulty. Es un registro completamente distinto, e igualmente formidable; al igual que el de su compañera Ruth Wilson, donde ambos forjan los cimientos de una producción televisiva que avanza con paso firme por los senderos de la calidad, un sello reservado sólo a las mejores. Las expectativas son altas, hasta ahora The Affair ha demostrado ser una serie muy a tener en cuenta. Y la competencia es brutal.

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