20 de octubre de 2017

La danza de la lluvia



Mientras Galicia y Asturias eran pasto de las llamas, en la parroquia de Pola de Siero el cura repartió unas oraciones entre sus feligreses para rezar por la lluvia que finalmente llegó. Cosa nada baladí el asunto de la ayuda sobrenatural, pues además de los vecinos haciendo cadenas humanas y bomberos y militares jugándose la vida para extinguir el fuego, nada de eso sería efectivo sin unas piadosas almas clamando a las nubes por unas gotas redentoras.
Las peticiones de recursos climatológicos a los cielos son atavismos curiosos que a mí personalmente me gustan muchísimo, pues son ritos tribales que sobreviven impertérritos al paso de los milenios.
Los indios americanos tenían la llamada danza del sol, donde bailaban durante cuatro días y pedían bienestar para su pueblo. Una danza de dudosa efectividad, si tenemos en cuenta que fueron exterminados.
En Tenochitlán había ofrendas a los dioses un poco más chapuceras pero anatómicamente muy interesantes, pues lo que se ofrecía era el corazón de la víctima, que en ocasiones era también comido, por lo que al asunto orgánico se añadía además el gastronómico.

Cuando eras escolar y tocaba algún examen complicado con algún profesor no precisamente afecto, rogabas para que alguna catástrofe natural abnegara las carreteras y las clases se suspendieran, dándote la oportunidad de poder aplazar tu vagancia y desidia. Lo bonito de las religiones es que permiten prolongar ese estado mental infantil durante toda la vida.
Estos días, el científico Rainer Weiss explicó en Avilés que en una década estaremos en disposición de conocer realmente lo que ocurrió hace 13.800 millones de años, cuando se produjo el “Big Bang”.
Entre el sitio donde se oficiaba la ceremonia de la lluvia y el lugar donde un premio Nobel de física hablaba a unos alumnos de Secundaria sobre los secretos del cosmos distan apenas cuatro decenas de kilómetros, lo que habla a favor de la teoría de que podamos estar viviendo en universos paralelos.
Otro de esos acontecimientos que me llenan de alborozo sucede cuando alguna de esas personitas, después de salir de una intervención quirúrgica complicada o superar una difícil y peligrosa enfermedad, no dan las gracias a los doctores alabando su excelente profesionalidad o compartiendo unas reflexiones sobre los estupendos avances de la ciencia y la medicina, sino a un ser mitológico que supuestamente les salvó de tan delicada situación. Les aplazó el examen final. Un diez para lo místico, un suspenso para la razón.

Como las reglas del juego del planeta están empezando a cambiar, y va a ser éste el que nos marque los tiempos, donde las anomalías meteorológicas serán trágicamente habituales, con sus huracanes, terremotos e inundaciones, los infantes intelectuales van a tener multitud de oportunidades de seguir implorando en las parroquias por la intervención divina. Quién pudiera volver a ser niño.

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