12 de octubre de 2017

'The Deuce'. Viaje al fin de la noche



Pocos dudan ya de que David Simon sea una de las figuras más importantes del mundo televisivo (incluso trasciende el mismo, estoy convencido de que The Wire es algo más) y siempre se agradece que su reconocible personalidad en los trabajos, su escritura y su manera de narrar, mantengan alejado al espectador de consumo masivo (“Que se joda el espectador medio”, es su famosa frase, tan expresiva como rotunda) y así se centre en respetar la inteligencia de los que seguimos todo lo que lleva su firma, conscientes de la alta calidad que conlleva y lo que nos va a exigir.

Si The Corner habló como nunca antes del mundo de las esquinas y fue una digna predecesora de The Wire, consiguiendo ésta ser reconocida como la gran obra de arte que es, Treme es aún su joya a reivindicar con el poso del tiempo y Show me a heroe un ejercicio denso pero notable de cirugía política sobre un ayuntamiento convulso, Simon, crudo analista de la cotidianidad de las personas y la sociedad, poco amigo del edulcorante, por muy espantosas que estas realidades sean, establece en The Deuce un retrato del Nueva York de los años 70 en su vertiente más callejera, nocturna, sórdida (ni siquiera los desnudos son eróticos) y corrompida; el negocio del sexo como hilo conductor y con sus característicos personajes al borde del precipicio, tratando de sobrevivir en la hostil jungla de asfalto, con pocas oportunidades, tímidas ambiciones y casi ninguna expectativa de vislumbrar con éxito el amanecer.

No pone el foco de la empatía sobre sus personajes, ni desea la compasión condescendiente del espectador; tampoco se enreda en falsos estereotipos ni juicios de moral, cada una de las criaturas que pueblan este universo de neón tiene sus razones o desmotivaciones para actuar como actúan, incluso los más implacables proxenetas. Nunca se permite rendirse a la fácil tentación de ofrecer un maniqueísmo mascado, no existen buenos y malos sino una compleja paleta de grises.
La zona de Times Square, el trajín sombrío de la madrugada en el Manhattan más tenebroso y la época en que está ambientada, hacen de esta serie un producto digno del Scorsese de Taxi Driver, y hasta el personaje doble 
(siguiendo la estela de “los hermanos” Ewan McGregor de la tercera temporada de Fargode un casi siempre irritante James Franco adquiere diversión y complejidad, pero muy por detrás de una inmensa Maggie Gyllenhaal, rota por dentro y demasiadas veces por fuera, que acomete su trabajo con resignación profesional y encara el peligro asumiendo las consecuencias que tiene que pagar por su frágil libertad. 
Lo que se sabe de ellos se va desarrollando en un arco narrativo que, como siempre en David Simon, se hilvana sin prisas, dejando que sean los protagonistas los que actúen en vez de explicarse, y que sea el espectador el que los contemple en vez de juzgarles.
Hay todo un mundo en una primera temporada de ocho episodios (el piloto es magnífico hasta el aplauso) que sin embargo saben a poco. Simon habla, de nuevo, de lo que mejor conoce, de aquello con lo que nos sorprendió en su innegociable obra maestra; hay policías de dudosa integridad, camellos, tahúres, chulos de putas, violencia, miseria, supervivencia, humanidad y también unas dosis de realidad de ésas que a veces te golpea en la cara. The Deuce no es The Wire, eso es cierto, pero es puro David Simon.

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