Pocos dudan ya de que David Simon sea una de
las figuras más importantes del mundo televisivo (incluso trasciende el mismo,
estoy convencido de que The Wire es algo
más) y siempre se agradece que su reconocible personalidad en los trabajos, su
escritura y su manera de narrar, mantengan alejado al espectador de consumo
masivo (“Que se joda el espectador medio”, es su famosa frase, tan expresiva
como rotunda) y así se centre en respetar la inteligencia de los que seguimos
todo lo que lleva su firma, conscientes de la alta calidad que conlleva y lo
que nos va a exigir.
Si The Corner
habló como nunca antes del mundo de las esquinas y fue una digna predecesora
de The Wire, consiguiendo ésta ser reconocida como la gran obra de arte
que es, Treme es aún su joya a
reivindicar con el poso del tiempo y Show me a heroe un ejercicio denso pero notable de cirugía política sobre un
ayuntamiento convulso, Simon, crudo analista de la cotidianidad de las personas
y la sociedad, poco amigo del edulcorante, por muy espantosas que estas
realidades sean, establece en The Deuce
un retrato del Nueva York de los años 70 en su vertiente más callejera,
nocturna, sórdida (ni siquiera los desnudos son eróticos) y corrompida; el negocio del sexo como hilo conductor y con sus
característicos personajes al borde del precipicio, tratando de sobrevivir en
la hostil jungla de asfalto, con pocas oportunidades, tímidas ambiciones y casi
ninguna expectativa de vislumbrar con éxito el amanecer.
No pone el foco de la empatía sobre sus
personajes, ni desea la compasión condescendiente del espectador; tampoco se enreda
en falsos estereotipos ni juicios de moral, cada una de las criaturas que
pueblan este universo de neón tiene sus razones o desmotivaciones para actuar como
actúan, incluso los más implacables proxenetas. Nunca se permite rendirse a la
fácil tentación de ofrecer un maniqueísmo mascado, no existen buenos y malos
sino una compleja paleta de grises.
La zona de Times Square, el trajín sombrío de la madrugada en el Manhattan más tenebroso y la época en que está ambientada, hacen de esta serie un producto digno del Scorsese de Taxi Driver, y hasta el personaje doble (siguiendo la estela de “los hermanos” Ewan McGregor de la tercera temporada de Fargo) de un casi siempre irritante James Franco adquiere diversión y complejidad, pero muy por detrás de una inmensa Maggie Gyllenhaal, rota por dentro y demasiadas veces por fuera, que acomete su trabajo con resignación profesional y encara el peligro asumiendo las consecuencias que tiene que pagar por su frágil libertad.
Lo que se sabe de ellos se va desarrollando en un arco narrativo que, como siempre en David Simon, se hilvana sin prisas, dejando que sean los protagonistas los que actúen en vez de explicarse, y que sea el espectador el que los contemple en vez de juzgarles.
Hay todo un mundo en una primera temporada de ocho episodios (el piloto es magnífico hasta el aplauso) que sin embargo saben a poco. Simon habla, de nuevo, de lo que mejor conoce, de aquello con lo que nos sorprendió en su innegociable obra maestra; hay policías de dudosa integridad, camellos, tahúres, chulos de putas, violencia, miseria, supervivencia, humanidad y también unas dosis de realidad de ésas que a veces te golpea en la cara. The Deuce no es The Wire, eso es cierto, pero es puro David Simon.
La zona de Times Square, el trajín sombrío de la madrugada en el Manhattan más tenebroso y la época en que está ambientada, hacen de esta serie un producto digno del Scorsese de Taxi Driver, y hasta el personaje doble (siguiendo la estela de “los hermanos” Ewan McGregor de la tercera temporada de Fargo) de un casi siempre irritante James Franco adquiere diversión y complejidad, pero muy por detrás de una inmensa Maggie Gyllenhaal, rota por dentro y demasiadas veces por fuera, que acomete su trabajo con resignación profesional y encara el peligro asumiendo las consecuencias que tiene que pagar por su frágil libertad.
Lo que se sabe de ellos se va desarrollando en un arco narrativo que, como siempre en David Simon, se hilvana sin prisas, dejando que sean los protagonistas los que actúen en vez de explicarse, y que sea el espectador el que los contemple en vez de juzgarles.
Hay todo un mundo en una primera temporada de ocho episodios (el piloto es magnífico hasta el aplauso) que sin embargo saben a poco. Simon habla, de nuevo, de lo que mejor conoce, de aquello con lo que nos sorprendió en su innegociable obra maestra; hay policías de dudosa integridad, camellos, tahúres, chulos de putas, violencia, miseria, supervivencia, humanidad y también unas dosis de realidad de ésas que a veces te golpea en la cara. The Deuce no es The Wire, eso es cierto, pero es puro David Simon.
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