En la ceremonia de los Oscar del año 70, John Wayne, tras
escuchar de boca de Barbra Streisand su nombre como ganador de la estatuilla a
Mejor actor por su icónico papel de
Rooster Cogburn en Valor de ley, caminó con sus
inconfundibles andares hacia el escenario, con movimientos sobrios y tranquilos,
y apenas hizo un leve gesto, con su mano hacia la mejilla, de lo que pareció
estar limpiando alguna lagrimilla furtiva. Fue un fugaz espejismo, una limitada
concesión a los sentimientos frente a un público puesto en pie, pues su porte
serena y su breve discurso tuvieron el sello que le caracterizaba. Todo en él
era auténtico, y no perdió ni el semblante ni las formas en el momento más
importante de su carrera. Recogió el premio como un señor, con un aplomo
abrumador. Así era el Duke.
Mariano Rajoy es el hombre tranquilo de la política española. No se enfanga en los tiroteos más allá de Río Bravo ni tiene la talla, la dignidad o el carisma de Wayne (faltaría más) pero sin duda es un superviviente nato. Su manejo de los tiempos y su destreza con el revólver parlamentario le han permitido ver ya pasar el cadáver político de varios adversarios, tanto fuera como dentro de su partido. No se inmuta aunque vengan mal dadas, sabiendo como sabe, que saldrá limpio y vivo una vez más. Vence el que resiste.
Recibe lo de aparecer como ‘M.Rajoy’ en los papeles de Bárcenas sin que eso le quite ni un minuto de sueño, encaja la polémica con la misma impasibilidad con la que vacía las huchas de las pensiones o manda a la Guardia Civil contra el avispero de las turbas secesionistas a que arregle lo que él no supo en tiempo y forma.
Cuando el juez requirió los ordenadores de Génova y la Policía entró a por ellos, los habían destripado a martillazos (sin prueba no hay delito, señoría) y sin embargo eso no impide que Mariano se siga alzando como el baluarte de la legalidad en España. Con la misma entereza y flema con la que Wayne disparaba el rifle desde el carruaje en marcha en La diligencia.
Mariano Rajoy es el hombre tranquilo de la política española. No se enfanga en los tiroteos más allá de Río Bravo ni tiene la talla, la dignidad o el carisma de Wayne (faltaría más) pero sin duda es un superviviente nato. Su manejo de los tiempos y su destreza con el revólver parlamentario le han permitido ver ya pasar el cadáver político de varios adversarios, tanto fuera como dentro de su partido. No se inmuta aunque vengan mal dadas, sabiendo como sabe, que saldrá limpio y vivo una vez más. Vence el que resiste.
Recibe lo de aparecer como ‘M.Rajoy’ en los papeles de Bárcenas sin que eso le quite ni un minuto de sueño, encaja la polémica con la misma impasibilidad con la que vacía las huchas de las pensiones o manda a la Guardia Civil contra el avispero de las turbas secesionistas a que arregle lo que él no supo en tiempo y forma.
Cuando el juez requirió los ordenadores de Génova y la Policía entró a por ellos, los habían destripado a martillazos (sin prueba no hay delito, señoría) y sin embargo eso no impide que Mariano se siga alzando como el baluarte de la legalidad en España. Con la misma entereza y flema con la que Wayne disparaba el rifle desde el carruaje en marcha en La diligencia.
Que en el PP hablen del respeto a la ley es como si Jeffrey
Dahmer diera clases de gastronomía. Pero hay cosas sin duda a alabar. Cuando el
pasado julio el tal ‘M.Rajoy’ compareció en la Audiencia Nacional por el caso
Gürtel, y por ser el líder de una organización criminal imputada como tal, sus
respuestas fueron evasivas pero tranquilas, con la desfachatez desconcertante e
impertérrita que poseen los grandes cínicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario