3 de diciembre de 2017

El gallego impasible



En la ceremonia de los Oscar del año 70, John Wayne, tras escuchar de boca de Barbra Streisand su nombre como ganador de la estatuilla a Mejor actor por su icónico papel de
Rooster Cogburn en Valor de ley, caminó con sus inconfundibles andares hacia el escenario, con movimientos sobrios y tranquilos, y apenas hizo un leve gesto, con su mano hacia la mejilla, de lo que pareció estar limpiando alguna lagrimilla furtiva. Fue un fugaz espejismo, una limitada concesión a los sentimientos frente a un público puesto en pie, pues su porte serena y su breve discurso tuvieron el sello que le caracterizaba. Todo en él era auténtico, y no perdió ni el semblante ni las formas en el momento más importante de su carrera. Recogió el premio como un señor, con un aplomo abrumador. Así era el Duke.

Mariano Rajoy es el hombre tranquilo de la política española. No se enfanga en los tiroteos más allá de Río Bravo ni tiene la talla, la dignidad o el carisma de Wayne (faltaría más) pero sin duda es un superviviente nato. Su manejo de los tiempos y su destreza con el revólver parlamentario le han permitido ver ya pasar el cadáver político de varios adversarios, tanto fuera como dentro de su partido. No se inmuta aunque vengan mal dadas, sabiendo como sabe, que saldrá limpio y vivo una vez más. Vence el que resiste.
Recibe lo de aparecer como ‘M.Rajoy’ en los papeles de Bárcenas sin que eso le quite ni un minuto de sueño, encaja la polémica con la misma impasibilidad con la que vacía las huchas de las pensiones o manda a la Guardia Civil contra el avispero de las turbas secesionistas a que arregle lo que él no supo en tiempo y forma.
Cuando el juez requirió los ordenadores de Génova y la Policía entró a por ellos, los habían destripado a martillazos (sin prueba no hay delito, señoría) y sin embargo eso no impide que Mariano se siga alzando como el baluarte de la legalidad en España. Con la misma entereza y flema con la que Wayne disparaba el rifle desde el carruaje en marcha en
La diligencia.
Que en el PP hablen del respeto a la ley es como si Jeffrey Dahmer diera clases de gastronomía. Pero hay cosas sin duda a alabar. Cuando el pasado julio el tal ‘M.Rajoy’ compareció en la Audiencia Nacional por el caso Gürtel, y por ser el líder de una organización criminal imputada como tal, sus respuestas fueron evasivas pero tranquilas, con la desfachatez desconcertante e impertérrita que poseen los grandes cínicos.

No sabemos cómo será el final de la carrera política de Mariano, aupado en su momento por estos tiempos turbulentos, por el estrepitoso fracaso del zapaterismo y sobreviviendo gracias a cierta izquierda a la deriva haciendo de mamporrera del nacionalismo, pero sí que merecería verse solo al final del camino, a la intemperie abrasante del sol una vez terminada la búsqueda, como Wayne en el epílogo de Centauros del desierto, cuando ya las puertas se cierran pero con él afuera. No será así, me temo, y aunque aconteciera, nunca tendría la grandeza trágica del inolvidable Ethan Edwards. Tampoco la merece.

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