16 de diciembre de 2017

Fobias modernas y perritos en casa



En la película Interview, irresistible remake de la del asesinado Theo Van Gogh y dirigida por el siempre atrayente (lo de atractivo ya va por gustos) Steve Buscemi, el ladrido de un perrito en el móvil de una Sienna Miller en estado de gracia se convierte en un machacón tono de llamada que sirve para dibujar un personaje y también una circunstancia colectiva.
Suena por primera vez en un restaurante donde están vetados los teléfonos salvo para las celebrities y sirve como metáfora de la banalidad e infantilismo de la sociedad moderna. En un Occidente en el que de criar y matar a los animales en casa como un acto normal de la vida rural donde la vida y la muerte van siempre en función de las bocas a alimentar, se ha pasado, casi sin solución de continuidad, a abrir peluquerías para perros, ponerles cuentas de Instagram o preparar para ellos tartas de cumpleaños, el poner de entrada de la línea el ladrido de la mascota es un ¿exagerado? siguiente paso que lleva en la carga cómica también toda su coherencia.
Y la película es de hace una década, antes del boom definitivo de las redes sociales y chats de mensajería, de los grupos de Whatsapp y los móviles inteligentes. Lo de “sociales” es un peligroso eufemismo, ya que nada provoca más sensación de aislamiento que ver una mesa en un bar o restaurante con todos los comensales ensimismados en sus amados cacharros, con cada vez más dificultad para relacionarse con su entorno si no es a través de una pantalla. El teléfono se ha convertido para algunos en una extensión más de su brazo, como si le hubiera brotado de entre los dedos.

Sobre lo que hemos ganado, si es que hay algo, es necesario contraponer lo que hemos perdido. O los puntos en contra. La sensación de hiperconectividad que puede generar estados de ansiedad en caso de la privación temporal de la misma (algo que se conoce como nomofobia), pérdida de privacidad o impúdica exhibición voluntaria de esa vida privada, grosera exposición de menores en la nube, tráfico de noticias falsas y bulos, información contaminada, egos inflados por la frivolidad de un like y, sobre todo, se deja de hacer cosas necesarias, para perder el tiempo en lo que, en la mayoría de las veces, no pasa de puras bagatelas.
Si se hace un recuento al final del día, ¿cuánto tiempo se invierte en el móvil en comparación con, por ejemplo, el dedicado a la lectura? Hagan cuentas y pónganlo en una balanza. En un entorno sano, los minutos dedicados al sosiego y el disfrute de una novela deberían ser, al menos, el doble que los que roban los celulares, pero la realidad es que en muchísimos casos es justo al revés. Y no sólo en la lectura, actividad con mala fama en España; es posible que también se haya reducido el espacio a contemplar el paisaje, relacionarse con los semejantes, escuchar música, ver una película (¡entera!) sin el encendido intermitente de la luz auxiliar, hacer el amor o pasear por el parque echando pan a las palomas.
Hay quienes van a un concierto para grabarlo con sus chismes, todo el rato con el brazo en alto como si estuvieran sosteniendo la llama olímpica. Además, se han metido los aparatos en los dormitorios y, como amantes permanentes, es lo último que se observa antes de dormir y lo primero a lo que se echa mano al despertarse.

El otro día estaba sentado a mi escritorio trabajando en el libro que estoy preparando a medias, cuando el móvil vibró primero con un mensaje de publicidad y después con una llamada de una compañía telefónica, perturbando mi paz necesaria y mi frágil inspiración, por lo que me dieron ganas de abrir la ventana y lanzar el aparato bien lejos, para comprobar si, además de inteligente, también sabía volar.
Ya de noche oí en el piso el sonido de lo que parecía una fierecilla, y pensé que sería el perro haciendo ruido en el salón, antes de seguir a lo mío. No había tecleado dos líneas cuando me percaté de que yo ni tengo ni he tenido nunca perro, y mi amigo Willy es lo más parecido a un animal que ha estado en casa, por lo que me asusté pensando que podría ser el tono de llamada del móvil, tal vez cambiado inconscientemente, debido a somatizar, pues a mí a veces el cine me influye demasiado.
Tardé en concienciarme de que era el Yorkshire del vecino de abajo, que muchas veces está desatendido y abandonado por unos dueños negligentes, que pasan demasiado tiempo en Internet y leyendo estúpidos blogs.

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