17 de abril de 2019

Últimos reductos de barbarie



Mientras creíamos con absoluta ingenuidad que el esplendor del s.XXI nos aupó por fin al tren del progreso y al suave y armonioso toque civilizatorio de la normalidad democrática, lo cierto es que los hechos cada vez menos aislados nos recuerdan, con esa brutal bofetada de realidad que nos despierta de golpe, que los bárbaros de nuevo cuño pero ancestrales maneras están perfectamente establecidos tras el muro de Adriano, dispuestos a corromper desde dentro todo florecimiento de la razón.
La misma Constitución que permite que entren en el juego electoral grupos tan poco afines a la misma como ERC o Bildu, hace que estos hijos díscolos del 78 se revuelvan contra la democracia y sus representantes pero sin renunciar a los privilegios, y así servirse de ella, como esos parásitos que ponen sus larvas en el interior de determinados insectos, para, después de eclosionar, alimentarse del cuerpo aún vivo del huésped.
La campaña electoral y anteriores movilizaciones cívicas están dando lugar al lamentable espectáculo de representantes públicos y miembros de la sociedad civil teniendo que entrar o salir de pueblos y actos escoltados por las autoridades, para no ser agredidos por una especie de jauría enfurecida que va hiperventilando poco a poco al calor de la turba, y que se ampara en el rebaño que siempre es cerril y siempre es cobarde.

Cuando nos pensábamos a salvo de la barbarie incívica, renace un bastión de cafres que aún resiste a la pluralidad de ideas y es incapaz de soportar, en su exigua mentalidad abarrotada de idiocia, la mera presencia de un pensamiento que contradiga su dogma nacionalpopulista.
Este tóxico se ha adueñado de lugares como la Universidad, que antes eran escaparate y atalaya de debate intelectual y donde ya sólo sobreviven la inquina sectaria y la conversión del estudiante individualista en colectivo uniforme y despersonalizado; y de localidades donde, a la vista de la ética y la estética, parece que sigue presente la endogámica unión entre consanguíneos.

Las imágenes son diáfanas y escalofriantes: todo lo que muestran como formas de rechazo a la democracia son irreproducibles berridos, gestos simiescos, la necesidad primaria de regurgitar odio, escupitajos y otras incontinencias fisiológicas. Intentando expulsar de los límites de sus fortines étnicos, erguidos como un monumento al cretinismo, a todo el que no sea fácilmente identificable con la tribu, ésa que ha desarrollado diferentes y violentas variantes del veneno nacionalista que Sabino inoculó hace más de un siglo en la sociedad, y que en lugares como Rentería, que parecen ateridos en el tiempo de las ideas, la inmunidad a este tóxico tarda en desarrollarse.
Son pueblos embrutecidos que siguen congelados en el tiempo, vestigios de otra era, como si el carlismo y la xenofobia de los hermanos Arana viviera imperturbable al paso de los sucesivos pensamientos ilustrados, liberales y democráticos.

Y así, la mayoría de sus habitantes siguen injuriando toda novedad fuera del clan, y se exhiben vocingleros, podridos de ignorancia y atemorizados ante la presencia amenazante de constitucionalistas, de los que dicen que van “a provocar” y ante los que se sienten impotentes porque antes, al menos, les quedaba el consuelo de poder matarlos. O de que otros lo hicieran por ellos.
Las ideas en libertad les parecen provocadoras, desafían los corsés de su intelecto embrutecido y limitado, igual que era una intolerable provocación que algunos advenedizos fueran a declarar que el Sol no era el centro del universo o que la sangre corría por las venas.

Hoy como entonces, frente a los gritos rabiosos de la intolerancia, el mesurado pero inabarcable susurro de libertad.

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