28 de julio de 2020

Aquellos vientos que sembrasteis


Artículo publicado originalmente en 'La Paseata'




Cuando los lacayos de Hugo Chávez se enteraron de su deceso, no había consuelo en el mundo para detener tanto Orinico deslizándose por las mejillas. Habían asesorado, jaleado y apoyado al tirano venezolano, cobrando por ello suculentas sumas de dinero manchado de la sangre y miseria de un país devastado.
No se trataba de inocentes desconocedores, sus acciones no fueron inocuas: esas muy bien remuneradas consultorías ayudaron a destrozar miles de vidas, implantando la represión, la tortura, los escuadrones de pistoleros de milicias gubernamentales, la brutal demolición de la democracia que alguna vez pudo ser.

Ocurrió un asombroso fenómeno con la inevitable muerte del barbudo de Cuba. Las demenciales loas plañideras de la nueva izquierda y sus satélites daban tanto asco como vergüenza ajena. Incluso Irene Montero, ese cacho carne con ojos con cartera ministerial, le dedicó un críptico dibujo que parecía manufacturado en alguna clase escolar de plástica.
Con Fidel Castro moría para ellos un héroe. Luego, sin pasar siquiera por el vestidor de la decencia, iban a una charla o a una asamblea de ésas para dóciles sectarios y se ponían a dar lecciones de sensibilidad democrática.




El inmundo partido político que los chavistas españoles crearon tenía como intención extrapolar a España aquella experiencia trágicamente revolucionaria y totalitaria que mamaron en Latinoamérica, además de llenar los bolsillos de sus dirigentes; ancestral anhelo de los políticos desde que dedicarse a la cosa pública se convirtió en un excelente medio de vida y lucro para rufianes, cantamañanas sin escrúpulos, arribistas, delincuentes de traje y corbata o muy bien estudiado desaliño.

La violencia constantemente canalizada como modo de hacer política, los mítines vocingleros en el Congreso de los Diputados, las formas bajunas y chulescas, todo ello unido a que siempre se han sentido muy identificados con la barbarie nacionalista, comprendiendo y justificando las acciones de los radicales étnicos en pueblos hostiles, allí donde a los más cafres sólo les falta embestir.
Y nunca salió de sus viperinas boquitas ni una sola crítica cuando los partidos constitucionalistas tenían que realizar actos bajo fuertes medidas de seguridad, apenas escuchados por encima de los berridos de los retrógrados tribales, los del supremacismo identitario y las teorías sanguíneas para descerebrados.
Se sentían tan identificados con los esbirros de ETA que hasta Pablo Iglesias compadreaba con ellos en las herriko tabernas, elogiando la perspicacia política de la banda terrorista.





La oda al escrache, la romántica y falaz idea de “los de abajo contra los de arriba” y las mil y una formas de buscar eufemismos al acoso puro y duro son algo habitual entre estos profesionales de la crispación, ventajistas del odio, defensores de remedios populistas que insultan la inteligencia de cualquier persona mínimamente alfabetizada.
Usaron a un electorado aborregado por soflamas televisivas y eslóganes demagogos y simplistas, para así colarse en las instituciones que anhelan derruir, llamando “régimen del 78” al consenso democrático, se alzaron gracias a la desvergonzada politización del cainismo, azuzaron una retórica del enfrentamiento (alerta antifascista) en un país que ya de por sí al rival no lo considera un contrincante político, sino un enemigo.

Poniendo en la diana a periodistas, jueces y particulares. Cruzando líneas de las que luego es muy difícil regresar. Se trató de ver como heroico el ir a la casa de los políticos a crear un cerco en torno a su domicilio. Eso, en una España donde no hace tanto (los que tenemos la memoria de haber leído libros lo sabemos) cuando los del otro lado del conflicto fratricida iban a tu casa normalmente era para sacarte de ella de madrugada y pegarte un tiro.

Las consecuencias de lo que Monedero y sus compinches activaron fueron hechos tan abyectos como el zarandeo matonil a una mujer embarazada, reventar charlas universitarias de todo el que no pensara como ellos, intentos de linchamiento en manifestaciones del Orgullo, la hostia a un presidente del Gobierno. El envilecimiento, en definitiva, de una sociedad que ha visto cómo un partido de extrema izquierda aplaudía de forma ruin la fractura social y de la convivencia.
Su penúltima infamia fue tachar de montaje la pedrada a una diputada. Ni atisbo de esa sensibilidad feminista.
Y ahora, ay, se rasgan las vestiduras de su fina piel cuando a alguien en un bar (tras tantos vientos sembrados), con alcohol de por medio e ira contenida, igual le da por cagarse en sus muertos pisaos.

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