'Artículo publicado originalmente en La Paseata'
Pues sucede que se han
alterado, muy vehementes, las almas cándidas del corral progre (¿o
es pocilga?) porque Bildu mandaba en un tuit cariñosos
abrazos a Josu Ternera, uno de esos purasangre de Sabino que resulta
que tenía la fea manía de reventar niños a bombazos.
Esto no puede ser, -decían
algunos, desolados- el noble partido proletario de ecología y
feminismo, los comprometidos votantes contra la reforma laboral y
fieles socios sanchistas, haciendo esto ahora, a estas alturas,
cuando ya hemos trazado puentes y hemos perdido los últimos
rescoldos de dignidad que nos quedaba, blanqueando su pasado carmesí
y lamiendo hasta la nausea sus vascuences culos.
Qué impacto ha supuesto
ese tuit, ese fraternal abrazo a su ex jefe, para los que
siguen con la mente en el limbo del relato del “conflicto armado”
como eufemismo y las justificaciones siempre en la punta de la
lengua. Para los que llevan tiempo empeñados en colar etarra como
animal de legislatura; porque Bildu, claro, en realidad es un partido
de buenos chicos reformados.
La tendencia homicida de
Josu Ternera parece una línea que no están dispuestos a tolerar los
guardianes de las esencias morales.
Y es que claro, una cosa es
tener de secretario general a Arnaldo Otegi, reconocido hombre de
paz, acostumbrado a la deificación y lo más parecido a la
reencarnación de Gandhi en la tierra, que secuestró y estuvo en
primera línea del aparato militar (pero sus razones tendría), y
otra que los de Bildu muestren tan a las claras su querencia por los
asesinos de masas. Menuda decepción. No se podía saber.
Casi recuerdan al
entrañable, cínico y venal Capitán Renault de la icónica
“Casablanca”, cuando, metido como estaba en el ajo, dice que es
un escándalo que allí se juegue.
Tiernos bobalicones que
llevan años haciendo encaje de bolillos para tratar de vender como
algo progresista los privilegios forales, la violencia del rebaño,
las supersticiones tribales, el totalitarismo a pedradas, las teorías
de limpieza de sangre, genes y cráneos diferentes, la alergia a la
pluralidad de ideas y la imposición de una visión monolítica de su
sociedad.
Los tontos útiles del
nacionalismo han tenido una caída del caballo gracias a que Bildu
les ha abierto los ojos a través de una red social. Qué
perplejidades nos trae este 2020.
Algunos se lamentaban,
otros estaban indignados; los más abyectos aún querían sacar algo
en limpio entre los cascotes, explicando el lado amable de Ternera.
Que si no era para tanto.
Los indignados lo eran más que nada por tirar por tierra tantas ocasiones que ellos se quisieron poner del lado interior de la Herriko Taberna. De tantos intentos de dulcificar la historia. Indignados por todas las veces que propagaron una imagen de los abertzales como inocuos pacifistas que solo desean vivir con los innegables beneficios de la democracia, y el fascismo españolista les pone palos en las ruedas de su feliz andadura por la luz de la política en armonía y nobles sentimientos.
Indignados, quizá, porque por un breve y efímero instante de clarividencia, fueron conscientes de su trágica ridiculez. De la forma miserable en que se han comportado manteniendo esa equidistancia vomitiva o con un “pero” siempre en la recámara.
Con la realización de cien piruetas argumentales y semánticas para poder aplaudir la manera servil en que Pedro Sánchez cede ante sus amigos nazis.
Es muy esclarecedor descubrir en una encuesta que un porcentaje muy alto de los jóvenes vascos no sabe quién fue Miguel Ángel Blanco, de la misma manera que otro porcentaje altísimo de los mesetarios estúpidos siguen viendo algún aura épica en la sempiterna xenofobia etnocentrista y en los patriotas de la boina. En el descoyuntar nucas a golpe de pistola porque los gudaris no pudieron reprimir las pulsiones identitarias y su orgullo supremacista.
Se han desvinculado tanto
de la realidad, han abierto tanto sus tragaderas para zamparse el
relato del agitprop
hasta el esófago, que cuando los herederos de ETA se muestran
simplemente como herederos de ETA, los muy estultos dan la cabeza y
murmuran, como Ortega: «No
es esto, no es esto».
Sí, claro que es esto.
Siempre lo fue, imbéciles.
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