12 de marzo de 2021

Teoría de la masa

 


Con los dispositivos policiales que se montaban para llevar a las aficiones rivales por la ciudad hasta el campo de fútbol, en la era previa al covid, siempre pensaba en esas manadas de borregos trashumantes atravesando la Castellana. Hay algo de calor del redil en la masa siendo dirigida por las fuerzas del orden de un sitio a otro sin que nadie se quede atrás, pero tampoco delante.
Existen individuos que necesitan del grupo como las reses añoran el establo. De la misma manera que el ganado puede creerse libre mientras no vaya más allá de las lindes marcadas.

La masa siempre es un ente acéfalo y eso los políticos sin escrúpulos lo saben bien, por eso Echenique la invoca y la jalea para que hagan el trabajo sucio, sabiendo que jamás va a ser usado de ariete en ninguna de esas violentas reivindicaciones dirigidas por delincuentes profesionales y saqueadores de vocación. El sentido de animar a la turba es hacerlo desde el confortable resguardo del hogar o del cargo público, a salvo de engorrosos daños colaterales. También en la calle, cuando el cobarde encuentra la protección de la manada, se siente cómodo para atacar en camarilla, diluyendo la responsabilidad individual en los actos colectivos, y eso pasa igualmente en Vic o en Alsasua.
El político cínico únicamente necesita la gasolina de los descerebrados para seguir defendiendo desde la poltrona ideologías tan fraudulentas como lucrativas.

Pablo Iglesias, viva epifanía del 15-M, ha renunciado a asaltar los cielos y ahora teme que le asalten el chalet los matrimonios de rojigualdas al cuello que pasan por las inmediaciones de la dacha golpeando una lata; pero se consuela sabiendo que una orden suya aún puede hacer arder las calles, y que mantiene la potestad de convocar alertas antifascistas cuando las urnas no arrojan los resultados esperados.
El monopolio de la fuerza no reside solo en el Estado, también un trozo obedece a Galapagar, y eso inflama el ego de todos los aspirantes a tirano. También ayudó que hubiera ciudadanos que renunciaban a tal condición y se creían pueblo como otros se creen Napoleón. Y es que en la lucha de los de abajo contra los de arriba volvieron a ganar los de arriba, sólo que esta vez iban camuflados de populistas mesiánicos para llegar a tal condición.

Basta una orden o una prohibición para que la masa salga o se quede. Arremeta o se repliegue.
La delegación del Gobierno finalmente prohibió las manifestaciones del 8-M, pero desde Igualdad ya habían dado instrucciones para “llenar las calles”, ajenos al sentido común y al sentido del decoro. Aunque la prohibición llega con un año de retraso, al final se ha hecho lo correcto, ya que entonces les iba la vida en ello y ahora nos iba la vida a los demás. Hay que tener un intenso desarraigo con la realidad para creer que era viable sacar a las huestes a pegar berridos reivindicando derechos que ya tienen, justo ahora, con las morgues llenas de tantas ausencias.

La salud pública queda relegada a un segundo plano cuando toda la justificación de un abultadísimo presupuesto de un ministerio depende de un día en concreto, y teniendo tantos pesebres que necesitan ser cebados, chiringuitos que no cierran ni ante el virus ni ante la estulticia. El precario nivel cultural de la titular del ministerio tampoco ayuda a despertar simpatías entre los no adoctrinados, y los lemas que se exhiben y las consignas proclamadas entran con facilidad en un registro paródico.
Que haya tenido que ser la llamada autoridad competente la que pusiera freno al dislate ultrafeminista ofrece una idea del nivel de fanatismo de estos colectivos que parasitan los presupuestos públicos.
Además de las olas pandémicas, no avanzaremos como sociedad mientras tengamos que desenvainar la espada para defender que el pasto es verde y para hacer frente a las sucesivas oleadas de integristas con mando en plaza. Y con poder sobre la masa.

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