Con los dispositivos
policiales que se montaban para llevar a las aficiones rivales por la
ciudad hasta el campo de fútbol, en la era previa al covid, siempre
pensaba en esas manadas de borregos trashumantes atravesando la
Castellana. Hay algo de calor del redil en la masa siendo dirigida
por las fuerzas del orden de un sitio a otro sin que nadie se quede
atrás, pero tampoco delante.
Existen individuos que
necesitan del grupo como las reses añoran el establo. De la misma
manera que el ganado puede creerse libre mientras no vaya más
allá de las lindes marcadas.
La masa siempre es un ente
acéfalo y eso los políticos sin escrúpulos lo saben bien, por eso
Echenique la invoca y la jalea para que hagan el trabajo sucio,
sabiendo que jamás va a ser usado de ariete en ninguna de esas
violentas reivindicaciones dirigidas por delincuentes profesionales y
saqueadores de vocación. El sentido de animar a la turba es hacerlo
desde el confortable resguardo del hogar o del cargo público, a
salvo de engorrosos daños colaterales. También en la calle, cuando
el cobarde encuentra la protección de la manada, se siente cómodo
para atacar en camarilla, diluyendo la responsabilidad individual en
los actos colectivos, y eso pasa igualmente en Vic o en Alsasua.
El
político cínico únicamente necesita la gasolina de los
descerebrados para seguir defendiendo desde la poltrona ideologías
tan fraudulentas como lucrativas.
Pablo Iglesias, viva
epifanía del 15-M, ha renunciado a asaltar los cielos y ahora teme
que le asalten el chalet los matrimonios de rojigualdas al cuello que
pasan por las inmediaciones de la dacha golpeando una lata; pero se
consuela sabiendo que una orden suya aún puede hacer arder las
calles, y que mantiene la potestad de convocar alertas antifascistas
cuando las urnas no arrojan los resultados esperados.
El
monopolio de la fuerza no reside solo en el Estado, también un trozo
obedece a Galapagar, y eso inflama el ego de todos los aspirantes a
tirano. También ayudó que hubiera ciudadanos que renunciaban a tal
condición y se creían pueblo como otros se creen Napoleón. Y es
que en la lucha de los de abajo contra los de arriba volvieron a
ganar los de arriba, sólo que esta vez iban camuflados de populistas
mesiánicos para llegar a tal condición.
Basta una orden o una
prohibición para que la masa salga o se quede. Arremeta o se
repliegue.
La delegación del Gobierno finalmente prohibió las manifestaciones del 8-M, pero desde Igualdad ya habían dado
instrucciones para “llenar las calles”, ajenos al sentido común
y al sentido del decoro. Aunque la prohibición llega con un año de
retraso, al final se ha hecho lo correcto, ya que entonces les iba la
vida en ello y ahora nos iba la vida a los demás. Hay que tener un
intenso desarraigo con la realidad para creer que era viable sacar a
las huestes a pegar berridos reivindicando derechos que ya tienen,
justo ahora, con las morgues llenas de tantas ausencias.
La salud
pública queda relegada a un segundo plano cuando toda la
justificación de un abultadísimo presupuesto de un ministerio
depende de un día en concreto, y teniendo tantos pesebres que
necesitan ser cebados, chiringuitos que no cierran ni ante el virus
ni ante la estulticia. El precario nivel cultural de la titular del
ministerio tampoco ayuda a despertar simpatías entre los no
adoctrinados, y los lemas que se exhiben y las consignas proclamadas
entran con facilidad en un registro paródico.
Que haya tenido
que ser la llamada autoridad competente la que pusiera freno al
dislate ultrafeminista ofrece una idea del nivel de fanatismo de
estos colectivos que parasitan los presupuestos públicos.
Además
de las olas pandémicas, no avanzaremos como sociedad mientras
tengamos que desenvainar la espada para defender que el pasto es
verde y para hacer frente a las sucesivas oleadas de integristas con
mando en plaza. Y con poder sobre la masa.
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