8 de septiembre de 2009

Melodías vivas: Chet Baker



La biografía de Chet Baker es tan terrible que inevitablemente ese fatalismo se lo transmitía a su música. Un hombre en permanente idilio con el fracaso, con entradas y salidas de la cárcel, de constante romance con la heroína al que cuya puerta finalmente llamó la muerte en forma de suicidio. Fue un músico excepcional y personaje trágico.
Para inyectarse de forma intimista, es música que provoca todo tipo de emociones. Normalmente Chet Baker disecciona la desolación a través de su trompeta, es el desgarro de la vida en forma de notas para aquellos que tienen la sensibilidad requerida para percibirla, y no lo consideran un perfecto hilo musical o una melodía de fondo. Y es que el mito del jazz es una radiografía demoledora sobre nuestras derrotas, provoca experiencias extracorpóreas si consigues sentir todo lo que intenta expresar.
La bajada a los infiernos tiene de banda sonora la música de Baker, es el coqueteo con la depresión, el bajón de la droga, la resignación de perder, la forma de canalizar el desasosiego que provoca la melancolía.
Hace compañía en noches interminables, calma la sangre hirviendo, conecta con los sentidos a oscuras en la cama, rasga la desazón al caer la tarde y cubre la oscuridad en los crepúsculos del otoño. También es la suavidad, la clase, la armonía.
Su voz, que siempre te susurra al oído, en los últimos discos es desgarrada, y el escalofrío se hace patente cuando al final de su vida tocó sin dientes, perdidos en una paliza por sus camellos. Esa voz, reflejo de una cara demacrada, que expresa una continua necesidad de amor, que canta a la plenitud, que entra por nuestros oídos como un sonido de nuestros propios sentimientos, amansa a cualquier fiera, comulga con la paz y la noche, callando solo para dar paso a su trompeta, que parece ser la sinfonía de las estrellas; Baker vivía su música y nosotros vivimos con ella, muriendo cada vez un poquito, avanzando hacia los que fueron en algún momento compañeros de escenario como Charlie Parker o Gerry Mulligan.
El trompetista marcó la música para siempre y en cada jirón de soledad sin consuelo Chet Baker sigue siendo el espíritu del jazz.

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