14 de enero de 2011

Historia de infancia y cambios


Nunca sé si el cine imita a la vida o la vida imita al cine. Era muy niño la primera vez que vi El hombre que mató a Liberty Valance, como la primera vez que vi la mayoría de películas que me dijeron algo. No conocía aún el dolor de la pérdida, tardé algún tiempo en poder entender la historia de Tom Doniphon y su sacrificio, la eterna seducción de la melancolía que atraviesa la cinta del maestro John Ford; pero intuía el crepúsculo que existe en el cambio y muerte de una época, en que una flor de cactus puede ser lo más hermoso que adorne el humilde ataúd de madera de un hombre.
Las escenas que más me emocionan es la visista, años después, de aquella muchacha de pueblo enamorada a las ruinas calcinadas de lo que pudo haber sido su casa, además de un John Wayne borracho y con el corazón roto que prende fuego a las habitaciones que construyó con sus propias manos.
Apostó fuerte John Ford por el blanco y negro en una década en que se imponía el techinicolor, para contar el ascenso de los hombres de leyes y con estudios en detrimento del vaquero de siempre, pegado a su revólver y con un sentido de entender la vida que iba indefectiblemente unido a la pistola como solución a los problemas y sinónimo de virilidad.
Ford hace también una alegato a la libertad y la democracia, convirtiendo en ciudadanos comprometidos y electos a los hombres que hasta entocnes vivían en el salvaje oeste. Renuncia el director a los amplios paisajes del mítico Monument Valley para rodar en interiores, sobre porches y dentro de cocinas, intimista y personal.
'El hombre que mató a Liberty Valance' representa el canto del cisne de un género que no volvería a ser igual, amargo y bello, donde la leyenda siempre prevalece por encima de la realidad, ambientado en una tierra a la que aún se llegba en diligencia, antes de que el ferrocarril como símbolo del progreso conectara todos los puntos de una inmensa nación, y narrada la historia por un anciano senador que se acerca a rendir homenaje póstumo al hombre que le cedió la gloria y la mujer que amaba.
Porque Tom Doniphon salva la vida de un hombre bueno (la ley no sirve para enfrentarse a Liberty Valance), sabiendo que su amor prefiere la practicidad del nuevo mundo que llega en forma de abogado a las antiguas costumbres de un lejano oeste en sus últimos días. Resignación. Y los últimos años de su vida los vivió solo, derrotado y sin su revólver, ante el asombro de James Stewart que pide que se le ponga su cartuchera. Una obra de madurez realizada por un artista maduro y otoñal, lírica y trágica, de desencanto, la última curva del camino; que habla de lo que perdemos, de trenes llenos de recuerdos, de la vuelta al lugar donde nacimos y donde inevitablemente tantas cosas dejamos atrás.
No hay que olvidar que está rodada en un periodo de cambios que actualmente refleja la serie Mad Men, cuando se asesinaría a Kenneddy, llegarían Los Beatles o Estados Unidos entraría en la guerra de Vietnam. Después de 'El hombre que mató a Liberty Valance' nada volvería a ser igual, ni para los Estados unidos, para el western, para Tom Doniphon, ni para mí.

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