31 de enero de 2011

La España que nos parió

Veo a mi padre levantarse a las 7 de la mañana y soñoliento ponerse el traje, afeitarse, desayunar mientras escucha las noticias por la radio. Aún no ha terminado de amanecer y ya se prepara para ir a la oficina. Día tras día, año tras año. También mi madre limpia ya la casa y prepara las comidas del día. También tendrá que ir a trabajar. Y llegará a casa agotada y se enfrentará a los problemas domésticos cotidianos, buscará un rato en el sofá frente al televisor para descansar. Y se irá a dormir. Mañana será igual. Como los panaderos que trasnochan para hacer el pan, los taxistas que recorren la ciudad, las dependientas de las tiendas, los pequeños comerciantes, los albañiles, el agricultor, los becarios y los carpinteros. En esta España trabajadora y de desigualdades pronunciadas, trabajan para poder llevarse un pan a la boca, para pagar los impuestos, para pagar los sueldos de los políticos y para que en la Iglesia los obispos vivan como curas. La misma España exprimida históricamente por reyes y papas, los mismos campesinos sorianos que debían pagar el diezmo y los ciudadanos a los que mandaban a morir a países extranjeros y a defender la corona que nada les daba y a la que nada debían. El mismo pueblo que con su sangre forjó un imperio, y que se enfrentó a los franceses, y los que cruzaron los pirineos o el Atlántico cuando la victoria del fascismo sacudió España. Los que se quedaron se enfrentaron a hambre y miseria, forjados en el racionamiento y sobreviviendo en un país en blanco y negro. Luchadores.
Ahora se deberá trabajar más años para tener un digno retiro, pero se seguirán pagando a los consejeros de los cargos públicos, sus coches oficiales, sus traductores simultáneos, sus miembros y miembras, las competencias de las autonomías en el egoísmo nacionalista, los trajes, la corrupción, la obsoleta monarquía. Es la historia de nuestra nación. Curtidos y nobles, ganando con el sudor de la frente el salario, legañas en los ojos, rabia en los corazones. De vez en cuando la olla estalla y se pasan a cuchillos a unos cuantos sujetos necesarios. Es la nación de los chorizos, los sinvergüenzas y que aplaude la masacre de animales en plazas. Y el pueblo es el pueblo y siempre existirán clases, se tendrá que mantener a un rey y a toda su familia, se pagarán ministerios inservibles, irán a morir los soldados a tierras extrañas en guerras a la que nadie nos llamó. Pero una vez nos metieron de lleno en ella y llegó la muerte a Madrid. Y los que murieron en los trenes fueron estudiantes, trabajadores, amas de casa. Y cuando ETA apunta a la nuca lo hace a la de un guardia civil que sacó una oposición como medio para ganarse la vida, la bomba lapa va dirigida a un policía nacional que tiene un sueldo mediocre y un trabajo duro, o a un político de un pueblo que desea vivir en libertad.
De un lado u otro se exprime a las gentes de España, que siguen tirando con lo que tienen, con la esperanza en el horizonte, aunque la crisis la hayan creado los tiburones de las finanzas, los que juegan con el dinero ajeno, los que siempre viajan en primera, los políticos que siempren tienen vacaciones en verano. Los comericos tienen que cerrar, los trabajadores son despedidos de sus puestos, pero los bancos siguen ganando dinero, el Estado acude a su rescate, se mantienen los intereses. Y el Estado de bienestar está siempre en entredicho para los de mitad para abajo de la pirámide, se intenta moralizar a la población con creencias absurdas y lecciones retrógradas, se persigue la libertad sexual, se embrutece a la gente mediante la infame televisión.
Y, con todo lo que ello significa, se lleva el combate en la sangre y a España en la cabeza en cada país donde huye un español, donde busca su prosperidad, donde crecerán sus hijos y sus ilusiones. Uno puede dejar su tierra o pelear en ela. En ambos casos, tenemos la marca de las virtudes y las miserias, no hay que olvidar lo que fuimos y lo que somos, hijos de la España que nos parió.

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