5 de febrero de 2012

Una historia de violencia



La historia ocurrió hace veinticinco años, y levantó mucha polvareda en su momento, además de hacer corres ríos de tinta impresa y dar que hablar durante mucho tiempo al concejo. Todavía debe de andar por las hemerotecas, y en mi tierra los más viejos que yo la recordarán, por eso hoy la quiero rescatar, pues es digna de ser contada y refleja bastante bien lo que somos, con sus tintes de negrura y morbo.
Luis de Alamo tenía 46 tacos y era picoleto de tráfico en el destacamento de Luarca, en Asturias. Llevaba una vida ejemplar, un currante más de esos anónimos, casado desde hacía más de dos décadas con su mujer Constantina y padre de dos chicas adolescentes fruto de su sagrada unión. En 1985 llegó al concejo un nuevo párroco que respondía al nombre de Antidio (tuvieron los huevos bien puestos los progenitores, sin duda), treinteañero joven y entusiasta de esos que se hacen cargo de una comunidad pequeñita y se entrega con cristiana caridad a la consagración de los vecinos.

El caso es que a Luis le parecía que su parienta le ponía ojitos al nuevo siervo de Dios, y veía con inquietud la nueva amistad surgida entre ambos, pero la mujer, en lo suyo “tú deliras Luisín, no te me pongas tonto por mi labor de ayuda al lado del Padre Antidio, etc, etc”. Pese a todo, nuestro amigo empezaba a albergar alguna que otra duda, ese automático de desconfianza que salta cuando una mujer dice que no pasa nada pero se observan señales sospechosas.
En esa misma época Constantina abrió una pequeña boutique, y con la excusa de provisionarse de ropa se fue a Madrid, alquilando habitación en un hostal.
Luis, que tonto del todo no era, comprobó que ese mismo fin de semana tampoco estaba Antidio por Luarca. Una llamada de teléfono a la recepción sirvió para atar cabos. Mismo hostal, misma reserva.
Tras esto, Luis llamó al destacamento, habló con sus superiores y dijo que se encontraba mal, totalmente indispuesto, y que por favor, lo relevaran.
Cogió el coche y se puso camino de Madrid. Hizo todo el viaje hasta la capital como podemos imaginar, echo un mar de nervios y de desesperación, a punto de enajenar, el pobre. Allí se presentó hasta en el pasillo, y fue la fortuna que vio en ese mismo momento salir descamisado al bueno de Antidio, de una de las habitaciones donde le había dado a su mujer las suyas y las de un bombero. Y Luis, que se encontraba un poco falto de delicadeza, sacó el arma reglamentaria y sin decir esta boca es mía le metió un balazo al cura, que no tuvo tiempo ni para pedir la confesión.
Los policías de la Comisaria de Sol lo detuvieron sin que el marido cornudo opusiera resistencia, sólo con una mueca de resignación, esto es lo que hay agentes, ahí está el cura, sí, el del suelo hecho un Eccehomo. Por supuesto, fuentes eclesiales manifestaron a la prensa que el sacerdote llevaba una vida ejemplar (supongo que no tuvieron en cuenta lo de beneficiarse a la esposa de un feligrés)
La Audiencia Provincial lo condenó a dos años de prisión, de los que cumplió únicamente un año y medio que le debieron de parecer unas vacaciones, antes de salir en libertad condicional, imagino, más a gusto que en brazos.

Viene la historia a cuento de que uno puede llegar a desarrollar cierta empatía por los humillados y los hermosos vencidos, por el hombre que en un arrebato de dignidad y coraje le aprieta las tuercas al aprovechado de turno. Y así lo entendió la Justicia, aplicándole a Luis una pena ridícula. Lo pienso ante la noticia de que el Instituto de Criminología de Baja Sajonia desarrollará una investigación de los archivos de la Iglesia Católica en Alemania para estudiar los casos de abusos sexuales acontecidos desde 1945. Porque ya llovió. Tarde, como siempre, pero al menos puede evitar que uno de esos niños hoy adultos haga un pequeño acto de desquite y busque a su violador para cerrar deudas.
¿Y quién puede poner en duda el derecho moral a ir a uno de esos torturadores de la inocencia y de la vida y meterle un tajo desde detrás de la oreja hasta la nuez, o simplemente inflarlo a hostias con benevolente piedad? Es admirable que alguien que haya pasado por un hecho semejante no reclame la justicia por su mano, hola padre, muy buenas, ¿se acuerda de mí? Aquí le traigo a mi amiga la 38, pum pum, y angelitos al cielo. Y es que, cuando se trata de ajustar cuentas, algunos delitos nunca prescriben en las entrañas de los que lo padecieron.

En Estados Unidos, un país enorme y de grandes contrastes, tuvieron el lujo de tener entre sus ciudadanos a la inimitable Ayn Rad y tiene bastante pegada el auténticamente genial, honesto y brillante británico Richard Dawkins. Sin embargo, un amplio sector lleva doscientos años negando a Darwin y se debate de forma intensa el enseñar creacionismo en las escuelas, mezclando el tocino con la velocidad, oponiéndose a cualquier despunte del progreso y la razón, glorificando la estupidez, preservando a  nuevas generaciones en la incultura, la ignorancia y el miedo.
Hay un pieza, Gerhard Wagner, que está en contra de que las mujeres vistan pantalones o que estudien en la Universidad, y que Ratinzger ascendió a Obispo al poco tiempo de que dijera que el Huracán ‘Katrina’ que devastó Nueva Orleans respondía a un castigo de Dios por las prácticas inmorales que se practican en la ciudad. Y aún siento perplejidad de que ninguno de los miles de afectados por la tragedia, algunos de los que lo perdieron todo (y precisamente por eso) no buscaran al fulano de marras para morderle la yugular. Que le dieran hasta en la partida de nacimiento, al hijo de la gran puta.
Pero nunca pasa nada, un tipo de esos dice un barbaridad, por encima de los cadáveres, de la devastación y de la tragedia, y los mandamases de la Iglesia se encogen de hombros como diciendo “qué travieso nos ha salido nuestro cachorro, vamos a ascenderle y aquí paz y después gloria”. Y a las víctimas del Sida a las que les dijeron que ponerse preservativo era malo, pecado, caca, y que el demonio lo ve todo, o a los desalojados del Katrina, a los niños violados y las adolescentes que tienen que abortar en la clandestinidad poniendo en riesgo su vida, no las vayan a excomulgar, que les vayan dando.

Pero nunca se sabe por dónde pueden salir las víctimas, el herido. El empuje de la desesperación y la honestidad humana, el deseo de verse en paz con uno mismo , con su pasado y sus verdugos. A lo mejor llega el día en que alguien hace un viaje en coche con un destino fijo, una idea en la mirada y una pistola en la guantera.

2 comentarios:

  1. Buena historia y buena reflexión! Quién sabe si algún día alguien realizará ese viaje en coche...

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  2. Uno de tus textos más radicales, agresivos, inteligentes y geniales.

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