4 de enero de 2014

Que se lo editen aparte




A veces me pregunto en qué extraño vertedero ideológico y cultural se habrán criado algunos para exponer con la cabeza alta y el rostro bien visible una serie de comentarios y opiniones demenciales, simples en sus formas y ridículos en sus contenidos intelectuales.
El asunto es revelador. Sirva las redes sociales para ello. Cada poco aparece en la prensa que un miembro de Nuevas Generaciones (cachorrillos de la derecha, criaturas…) ha vomitado una frase insultante en Twitter, e inmediatamente, cuando se monta el evidente revuelo, tiene que salir a pedir disculpas, borrar la frase y candar la cuenta.
Más allá de los proyecto de político, y dejando de lado los trolls y las cuentas fake, está un tipo de ciudadano medio que expone con su rostro y nombre, con una foto suya bien bonita, como para que le escriban en la frente SOY IDIOTA, una opinión autorizada del tipo de las que catalogan de “genocidio” al aborto o hablan de “asesinatos de bebés” al referirse al manojillo de células.
Porque uno lee eso y se imagina a una turba de descontrolados recorriendo las calles de las principales ciudades, arrebatando a los pequeños de los brazos de sus madres y degollándolos allí mismo, como unos enviados de Herodes.
Al margen de la habitual poca capacidad expresiva, las objeciones airadas y los argumentos de contenedor, suelen ser exabruptos escritos con faltas de ortografía, con una ardorosa dificultad para unir sujeto, verbo y predicado en una frase corta.

Lo mismo ocurre cuando les engañan con los datos del paro, cuando escriben desde un supuesto “neoliberalismo” o cuando les sale el españolismo casposo.
Y pasa parecido cuando uno apela a la historia y al sentido común para oponerse a los dogmas impositivos y manipuladores de la Iglesia en este país. No falta entonces el que enseguida, por distintos medios o en privado, te salta con Cáritas, comedores sociales, piadosas monjas o libertad religiosa, demostrando así, por una parte, su desconocimiento de quién financia realmente Cáritas; por otra, la realidad de que la existencia de encomiables trabajadores sociales y religiosas humildes no exenta lo infame de la institución en sí, en sus más altas capas, tan ajenos y despreocupados de las otras admirables labores; y por último, que la libertad religiosa es precisamente que cada uno puede creer en lo que quiera, en lo positivo o en su ausencia, en el ratoncito Pérez y en Messi como enviado de dios a la tierra, pero no querer introducir por la fuerza, como si un miembro fálico sacerdotal se tratara, en la sociedad aconfesional que no reclama ya sus trasnochadas doctrinas, marcando el paso.
Y mucho menos que con dinero público, en centros escolares, se financie la enseñanza de ninguna catequesis, ni que tampoco se use dinero también público para los conciertos de las sectas privadas donde mandan a los niños a que les laven el cerebro.
Y no mezclar las ideas solventes, la rica cultura que puede llegar a dar este país, los debates serios, con la parvularia ideología de la chusma.
Si de aprovechar el dinero público se trata, yo apoyo, como proponía un capítulo de ‘Padre de Familia’, saber separar y adaptar, que se fomente el uso de programaciones especiales, incluso de editar las noticias, la información, la vida misma, de manera que haya una versión de todo también apta para paletos.








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