Artículo publicado originalmente en 'La Paseata'
11 alertas del
Departamento de Seguridad Nacional avisando de lo que se nos venía
encima. 11 alertas como once condenas, como 11 evidencias, como 11
omisiones que fueron hachazos a la razón y a la vida. Tampoco es que
parezcan suficientes para los yihadistas de partido. Para los que
tienen una capacidad crítica cuestionable o directamente inexistente.
Hay que enterrar las evidencias con el mismo sigilo con el que se
entierran miles de compatriotas. No quieren dar lugar a la
especulación, no van a dejar que se investigue la gestión de la
pandemia, porque para eso controlan la fiscalía. No es no, bonita.
11 timbrazos de
urgencia que no valieron para impedir la marabunta
sufragada con el dinero del contribuyente, a más gloria de ese
Ministerio de Igualdad donde se da salida toda la chatarra ideológica
y opera el laboratorio dogmático que alberga en sus entrañas una curiosa carga vírica: la
ingeniería social que envenena a la ciudadanía con sectarismo
infantil veteado de odio irracional.
Un feminismo folclórico y
vergonzante que explota la debilidad mental de sus adeptas, un
movimiento clerical con un reverso tenebroso en una vuelta a la
barbarización y a la estupidez.
Hay un luctuoso antes y
después de esas alertas y del 8 de marzo, y es de una evidencia
abrumadora.
Hasta entonces, ese
feminismo era una cosa más o menos sonrojante y descabellada,
censora y catequista; que provocaba tanto asombro como vergüenza
ajena, en guerra constante contra el sentido común y contra la
gramática. Y un pesebre donde mecer los chiringuitos en lo que
abrevaban una variopinta fauna de caraduras, fanáticos y vividores
sin escrúpulos; gente capaz de usar el dolor y la muerte de mujeres
para hacer medre político y lucro. Uno de los soportes de la agenda
de una izquierda colectivista e iletrada, con sus cenobios de
disparates antiliberales.
Pero después de la infamia de las once llamadas de emergencia, después de su fiesta de berridos donde lo dejaron todo perdido de demagogia y de carteles con mensajes inverosímiles, con una horda a duras penas alfabetizada puesta al servicio de la agenda de Gobierno; después de lo que pasó y de lo que sabemos, ese feminismo ha dejado de ser un comedero para cientos de asociaciones y ha mutado en una perversión criminal. En algo que ha enterrado a demasiada gente demasiado rápido. Por cerrilismo, falta de escrúpulos, por el enconamiento obtuso del que necesita hacer algo sí o sí porque ese día era el cabeza de cartel de todo su entramado propagandístico, de toda la estrategia política.
Miles de personas han sido
sacrificadas en el altar del 8-M, por dejadez o irresponsabilidad,
pero también por un crimen consciente. Los efectos onerosos del
populismo.
11 ocasiones que prefirieron mirar para otro lado,
desoyendo cualquier emergencia, porque era impensable cancelar la
gran fiesta de la pomposa ministra celebrity
que ha pasado de las concentraciones asamblearias de Sol a la portada
de las revistas de postín con la misma facilidad con la que
humillaba a su escolta o se cisca en la lengua española.
La vanidad es una característica que suelen
llevar encima todos los indeseables.
No
hay atisbo de arrepentimiento, o de sonrojo. Nadie ha tenido la decencia de articular un
tímido y susurrante “lo siento”. Ese desentenderse de la
realidad y de las trágicas consecuencias de su integrismo produce
escalofríos.
Siguen con la apisonadora ideológica a todo lo que
da, subiendo de marcha, arrollando y cribando para dejar fuera a la
mitad (por lo menos) de la población, y a cualquiera que se niegue a
comulgar con las ruedas de los molinos totalitarios que envilecen la
convivencia y agrian los debates.
Su indigencia intelectual y moral
estremece. Pocas veces se habían juntado en los atractivos pasillos
del poder tal colección de despropósitos con sueldo público.
Esto
va a durar tiempo, un tiempo largo y desesperante, y vamos a
relacionarnos con esa gente, tendremos que convivir con ellos, hasta
los misántropos más convencidos. Encenderemos la tele y ahí
estarán, los que se pasaron por el forro de los huevos las alertas;
pero también en nuestro entorno entraremos en contacto con todos los
mamporreros gubernamentales que aplaudieron primero, jalearon durante
y justificaron después y ahora. Los que decían a los demás que no
se podía saber y además no se podía criticar.
Vamos a coincidir,
en nuestro día a día, o en cenas, reuniones, ascensores... con
personas que avalaron esa negligencia y esa actitud homicida.
Proselitistas de la muerte, zumbados que han hecho de Fernando Simón
una especie de icono pop fúnebre.
Sí, tendremos que lidiar con esos descerebrados arrogantes y fanáticos. Y, además, para nos crispar más el asunto y no seamos acusados de exaltados, tendremos que sonreír. Una sonrisa dolorosa en una cordialidad insostenible.
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