20 de octubre de 2020

La España insostenible


 
Artículo publicado originalmente en 'La Paseata'

11 alertas del Departamento de Seguridad Nacional avisando de lo que se nos venía encima. 11 alertas como once condenas, como 11 evidencias, como 11 omisiones que fueron hachazos a la razón y a la vida. Tampoco es que parezcan suficientes para los yihadistas de partido. Para los que tienen una capacidad crítica cuestionable o directamente inexistente.
Hay que enterrar las evidencias con el mismo sigilo con el que se entierran miles de compatriotas. No quieren dar lugar a la especulación, no van a dejar que se investigue la gestión de la pandemia, porque para eso controlan la fiscalía. No es no, bonita.

11 timbrazos de urgencia que no valieron para impedir la marabunta sufragada con el dinero del contribuyente, a más gloria de ese Ministerio de Igualdad donde se da salida toda la chatarra ideológica y opera el laboratorio dogmático que alberga en sus entrañas una curiosa carga vírica: la ingeniería social que envenena a la ciudadanía con sectarismo infantil veteado de odio irracional.
Un feminismo folclórico y vergonzante que explota la debilidad mental de sus adeptas, un movimiento clerical con un reverso tenebroso en una vuelta a la barbarización y a la estupidez.



Hay un luctuoso antes y después de esas alertas y del 8 de marzo, y es de una evidencia abrumadora.
Hasta entonces, ese feminismo era una cosa más o menos sonrojante y descabellada, censora y catequista; que provocaba tanto asombro como vergüenza ajena, en guerra constante contra el sentido común y contra la gramática. Y un pesebre donde mecer los chiringuitos en lo que abrevaban una variopinta fauna de caraduras, fanáticos y vividores sin escrúpulos; gente capaz de usar el dolor y la muerte de mujeres para hacer medre político y lucro. Uno de los soportes de la agenda de una izquierda colectivista e iletrada, con sus cenobios de disparates antiliberales.

Pero después de la infamia de las once llamadas de emergencia, después de su fiesta de berridos donde lo dejaron todo perdido de demagogia y de carteles con mensajes inverosímiles, con una horda a duras penas alfabetizada puesta al servicio de la agenda de Gobierno; después de lo que pasó y de lo que sabemos, ese feminismo ha dejado de ser un comedero para cientos de asociaciones y ha mutado en una perversión criminal. En algo que ha enterrado a demasiada gente demasiado rápido. Por cerrilismo, falta de escrúpulos, por el enconamiento obtuso del que necesita hacer algo sí o sí porque ese día era el cabeza de cartel de todo su entramado propagandístico, de toda la estrategia política.

Miles de personas han sido sacrificadas en el altar del 8-M, por dejadez o irresponsabilidad, pero también por un crimen consciente. Los efectos onerosos del populismo.
11 ocasiones que prefirieron mirar para otro lado, desoyendo cualquier emergencia, porque era impensable cancelar la gran fiesta de la pomposa ministra celebrity que ha pasado de las concentraciones asamblearias de Sol a la portada de las revistas de postín con la misma facilidad con la que humillaba a su escolta o se cisca en la lengua española.
La vanidad es una característica que suelen llevar encima todos los indeseables.

No hay atisbo de arrepentimiento, o de sonrojo. Nadie ha tenido la decencia de articular un tímido y susurrante “lo siento”. Ese desentenderse de la realidad y de las trágicas consecuencias de su integrismo produce escalofríos.
Siguen con la apisonadora ideológica a todo lo que da, subiendo de marcha, arrollando y cribando para dejar fuera a la mitad (por lo menos) de la población, y a cualquiera que se niegue a comulgar con las ruedas de los molinos totalitarios que envilecen la convivencia y agrian los debates.
Su indigencia intelectual y moral estremece. Pocas veces se habían juntado en los atractivos pasillos del poder tal colección de despropósitos con sueldo público.

Esto va a durar tiempo, un tiempo largo y desesperante, y vamos a relacionarnos con esa gente, tendremos que convivir con ellos, hasta los misántropos más convencidos. Encenderemos la tele y ahí estarán, los que se pasaron por el forro de los huevos las alertas; pero también en nuestro entorno entraremos en contacto con todos los mamporreros gubernamentales que aplaudieron primero, jalearon durante y justificaron después y ahora. Los que decían a los demás que no se podía saber y además no se podía criticar.
Vamos a coincidir, en nuestro día a día, o en cenas, reuniones, ascensores... con personas que avalaron esa negligencia y esa actitud homicida. Proselitistas de la muerte, zumbados que han hecho de Fernando Simón una especie de icono pop fúnebre. 

Sí, tendremos que lidiar con esos descerebrados arrogantes y fanáticos. Y, además, para nos crispar más el asunto y no seamos acusados de exaltados, tendremos que sonreír. Una sonrisa dolorosa en una cordialidad insostenible.

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