Artículo publicado originalmente en La Paseata
Ahí donde lo ven, Quim
Torra, con ese aspecto de cabestro y esa asombrosa y oronda cabeza
adornada con unos ojillos mongoloides, es un genio de la política.
Realmente, podía haber ejercido su puesto de forma eficaz en
cualquier rincón del planeta donde se estuviera produciendo el albor
de un nacionalismo étnico-linguístico. Pocos hay mejores para esos
menesteres.
Conecta perfectamente, en
su cerrilismo ceporro y su integrismo de fanático de admirable
obstinación, con ese cateto regionalista que siempre espera escuchar
las muchas bondades que florecerían en su tierra liberada de
opresiones. Engancha con éxito con el zopenco apasionado de los
destinos universales de su patria.
Es el timonel perfecto
para una pasaje mareado de supremacismo, es un capitán Ahab
convenciendo al resto de la tripulación que merece la pena ir tras
la ballena blanca aunque arrastre a todos con él en su demencia
destructiva.
Siempre habrá un público
ideal para el Torra de turno. Se necesitan y se complementan. Y saben
inmolarse a tiempo y venderse antes como mártires que como villanos.
Así, el ufano president se
muestra antes los suyos como una víctima del maldito estado
represor, ajusticiado por su heroica rebeldía.
Las esencias identitarias
tienen distinto color pero todas huelen igual en cualquier lugar del
mapa: esa rancia pestilencia de la involución y la intolerancia.
Torra no tuvo suerte en la
belleza de nacimiento pero fue dotado con los dones de la intuición
de gran líder. Cuando tienes esa cara y ese intelecto, lo mejor es
una huida hacia adelante y convertirte en un racista. Sobre todo en
una Comunidad donde históricamente han tenido buena cosecha de
ellos.
El ególatra demente de Jordi Pujol despreciaba a los
andaluces, Oriol Junqueras quiso ser genéticamente francés y Torra
amplió el arco de la inquina y le metió el apelativo de bestia con
forma humana a todo castellanoparlante. En el tema del odio, siempre
conviene ser ambicioso.
El de Blanes, prodigio entre su gremio, llevó por los pasillos enmoquetados de sus aposentos a un solícito y sonriente Pedro Sánchez, pues supo leer bien la jugada el catalán, y advirtió que allí en la Moncloa, dispuesto a defender su sillón, había un tipo de aún más baja catadura moral, sin límites éticos, portador de un cinismo sin escrúpulos y unas legendarias tragaderas, capaz de mentir a su madre y llevarla engañada a vender su alma en la subasta misma del infierno, si eso le garantizara diez minutos más de poder.
Los disturbios que se
producen en Barcelona (incluso en tiempos pandémicos) cada vez que
algo agita el redil deberían ser suficiente aviso contra el
dogmatismo y la barbarie. Es decir, un aviso sobre el buen hacer de
Joaquim.
Los buenos gestores, y
Quim lo es, rentabilizan la burricie y la violencia atávica como
otros sacan partido a habilidades más loables. El inhabilitado
presidente es de lo que consigue que sean otros los que se partan la
cara en las calles y realicen el juego sucio del vandalismo mientras
él jalea desde el despacho del palacio gótico del Parlament, a
salvo de sus propias huestes. Anima a las masas vociferantes a seguir
apretando y a exponerse al golpe redentor del caucho en la cabeza, ya
que el visionario estadista usa la carne de cañón de los precoces
exaltados para las brasas de su propia barbacoa, aunque no sepan que
la guerra ha terminado y sigan portando el estandarte del que no ha
comprendido aún los límites de su ensoñación.
Por supuesto, todos los
podemitas y mequetrefes de esa ralea han salido en defensa del genio
Torra, el Gandhi de nuestros días, pues nada excita más a un
nacionalpopulista que los totalitarismos periféricos, porque aunque
sean xenófobos y aldeanos son en esencia antiespañoles, y eso es lo
que más revoluciona las hormonas de Errejones y Garzones, que nunca
pierden oportunidad de mostrar su indecencia política.
Aunque quieran representar
a la izquierda patinete, al final se suman entusiastas a todo
movimiento reaccionario que tenga como horizonte socavar y violar el
Estado de derecho, y por eso se les puede ver correteando por las herriko tabernas, suspirando
por cálidos vientos venezolanos, simpatizando con todo lo que acabe
con la ciudadanía común para ensalzar lo tribal y lo retrógrado o
llamando salsa de tomate a la sangre derramada en los guetos
abertzales.
Da igual que en Cataluña el ideario de Torra represente a la derecha más cavernaria y abiertamente iliberal, la que ataca con saña los derechos de todos los españoles e impone una especie de apartheid lingüístico. El caladero de Podemos y sus satélites está siempre en las aguas del despotismo hispanófobo. España como cárcel de pueblos pero también España plurinacional. Y así, se afanan sagaces en dinamitar la convivencia. Porque donde hay consenso, su auge populista de confrontación y perpetuación del poder no tendría cabida.
Es cierto que hacen una política para minusválidos mentales. Y que serían patéticos si no fueran tan peligrosos.
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